Introducción:
Lengua de sapo es una colección de cuentos, la mayoría de ellos en forma de diálogos. Diferentes personajes de una charca salen al encuentro de la rana, y ésta, expresa su opinión sobre temas filosóficos, morales, políticos, sociales, a su amigo el Sapo, al Tritón bermejo, al Sapito de colores, etc. He querido rodear de una atmósfera acuática a todo un universo de sensaciones. El humedal de una sencilla charca se convierte en escenario lírico, poético o literario para este fin.
Sin mayor dilación, aquí os dejo, queridos lectores, con esta colección de cuentos minúsculos.
La verdad se escondió...
La verdad se escondió de los hombres.
El Pueblo la encontró bajo unos helechos y la hizo suya. Pero la verdad llamó por su nombre al Pueblo y el Pueblo la dejó ir.
Entonces la encontró un Empresario y le enseñó su fábrica de golosinas. Y la verdad lo llamó por su nombre y el Empresario la dejó ir.
Más tarde la encontró un Banquero y le prometió un alto rédito. Pero la verdad lo llamó por su nombre y la dejó ir.
Entonces la encontró el Poder, que le enseñó su reino acomodaticio.
Antes de que la verdad pudiera decir nada, el Poder quiso domesticarla y la encerró en una tinaja de miel. Cuando se disponía para enseñarla al mundo, de la tinaja salió una rana que, a trompicones y hábiles escarceos, saltó los muros de la ciudad y fue a hospedarse a una sencilla charca de sapos.
Al charco se acercaron...
Al charco se acercaron los librepensadores expulsados por la dictadura. Y los antisistema, expulsados por el capitalismo. Y los republicanos, expulsados por la monarquía. Y los impuros, expulsados por la santa Iglesia. Y los insumisos, expulsados por los ejércitos. Y los violentos, expulsados por las viejas ordenanzas.
Todos ellos decidieron reunirse a la orilla de la charca para construir una nueva sociedad.
Los librepensadores se instalaron en lo alto de la montaña. Cada dos años entregarían al pueblo un retazo de sus memorias.
Los antisistema hicieron simpático su sistema y sentaron cátedra en alguna universidad. Los republicanos otorgaron títulos honoríficos —sólo a sus caudillos—. Los impuros hicieron de la publicidad su catecismo. Los violentos se encargaron de la adopción de padres permisivos. Los altruistas, primero amaron la tierra de sus zapatos...
Finalmente,
a esta nueva sociedad
la llamaron Democracia.
La Rana, al ver en qué se convertía la charca, apremió a su amigo el Sapo:
—¡Deprisa, no hay tiempo que perder!
Arrepentido...
Arrepentido de su obra, un escritor tiró a la charca todos sus escritos;
y un nuevo batracio emergió de las aguas al que la Libélula llamó:
«Pensamiento negativo».
A los días volvió el escritor convencido de su obra y de su magnificencia;
y de sus escritos emergió un nuevo batracio al que la Libélula llamó:
«Pensamiento positivo».
Los dos pensamientos formaron familia y tuvieron una hija a la que llamaron «Voluntad».
Cuando ésta se aburría, unos días los pasaba con un progenitor, y otros, según su arbitrio, con el otro.
Al hacerse adulta, Voluntad saltó al mundo, y al poco tiempo se quedó preñada de «Oportunismo».
Entre ellos dieron luz a «Contradicción»
Contradicción no sabía jugar; y se peleaba con los demás sapitos de la charca, que eran «Uno solo».
Después de intentarlo, esforzándose diariamente, Contradicción se sintió muy afligido, y una noche se retiró a vivir a los prados yermos, convertido, en «Animal Humano».
Sapito de colores...
Sapito de colores pasó toda una tarde con Animal Humano, aprendiendo de su habilidad para «ser muchos a un mismo tiempo y ninguno a su vez».
Cuando Sapito de colores vio a la Rana solitaria, le dijo:
—¡Mira, he aprendido un juego! Imagina la mejor circunstancia que pueda suceder.
Ahora, piensa que me sucede a mí. ¿Cómo te sientes?
Y la Rana solitaria dijo:
—Serena y dispuesta para todo.
—Ahora piensa en la peor circunstancia e imagina que me pasa a mí.¿Cómo te sientes?
—Serena y dispuesta para todo.
Y el Sapito de colores, enfadado con su amiga le dijo:
—¡Eres muy aburrida para jugar!
Al hundirse...
Al hundirse la economía, los habitantes de la charca buscaron quién la reflotara.
Un médico del agua dijo:
—La economía necesita «un Sapo luchador».
Un empresario del agua dijo:
—La economía necesita «renovados objetivos».
Un psicólogo del agua dijo:
—La economía necesita «una mente con futuro».
Y entre todos crearon: «El Enano insatisfecho».
Nada más pusieron su programa en marcha,
este nuevo sapo no dejó zancos en las estanterías,
ni vitaminas para la altura en el herbolario,
ni dormitorios acuáticos de prestigioso barrizal,
ni plegarias en los anaqueles para el crecimiento.
Y la economía tuvo un rebufo de lo más inconcebible y prometedor.
En plena crisis...
En plena crisis, un ratón aprensivo escondía semillas debajo de las piedras.
Otro, muy astuto, escondía piedras para después venderlas.
Un tercero se desprendió de todo aquello que no necesitaba.
Al finalizar la crisis, el primer ratón fundó un Banco al que ató con avales confirmados.
El segundo fundó una Aseguradora de letra menuda...
El tercero era tan rico que se bañaba en charcas de ranas y dormía en los prados.
Una familia...
Una familia de sólidos principios decidió construir la escuela de sus sueños.
Volcaría en ella su entusiasmo, confianza y conocimiento.
En plena construcción, el conocimiento quedó cuestionado con cada pilar, y la confianza decidió tomarse un desconfiado respiro, quebrada como una losa.
Al finalizar el enyesado, el entusiasmo mostraba ojeras prematuras.
Un renacuajo que seguía la obra, les animó diciéndoles:
«He aprendido mucho viendo construir esta escuela.
¡Gracias por una enseñanza tan sincera!»
Antes de perder...
Antes de perder sus ojos en un accidente y quedarse ciego,
el viejo Sapo era un experto conocedor del humedal.
Con el tiempo había hecho suyo cada recodo, cada leve promontorio,
cada altibajo del camino al agua.
Un día tapó los ojos a la Rana y la retó:
—Si llegas antes que yo al arroyo, te daré el premio al «saber».
El Sapo, muy hábil, daba un paso tras otro con enorme precisión.
Cuando Rana y Sapo llegaron a lo alto de la última piedra, el Sapo saltó primero y fue a estrellarse contra la orilla seca.
Extrañado de su torpeza, le preguntó a la Rana:
—¿Por qué no has saltado?
Y la Rana contestó:
—Aún espero que el agua salpique mi rostro.
Cuando se incorporó el Sapo, pudo comprobar cómo la sequía había esquilmado los márgenes del arroyo.
La Rana, con los ojos tapados, retó ahora al Sapo:
—Te daré el premio al «percibir» si llegas antes que yo a la charca.
Un ruido ensordecedor...
Un ruido ensordecedor hizo temblar la tierra.
Los medios de comunicación se pronunciaron con grandes titulares:
—¡Algo terrible se aproxima!
Un representante del gobierno de los sapos anunció:
—Que nadie se alarme.
—¿Qué está pasando? —le preguntó el Sapo a su amiga la Rana.
—Suenan voces, querido Sapo. Algunos medios viven de la agitación, y a propósito desafinan su instrumento para levantar sospechas. El poder vive del orden, y adrede afina su instrumento para no levantarlas. ¡Estate atento!
El Sapo, más sosegado con lo que la Rana le había dicho, se quedó dormido a sus pies. Y sin previo aviso, un trocito de algo venido del cielo fue a golpear su dura cabeza.
Un día muy caluroso...
Un día muy caluroso, pasó por un camino un vendedor con su traje entallado y un lazo al cuello. Y también un juez, con su toga negra y su gorra achaflanada. Y un corredor enfundado en su chándal con unos cascos en las orejas. Y una dama muy maquillada, irreconocible. Y un joven cubierto de tatuajes tribales. Y una mujer, eso creo, con la cabeza tapada por una malla...
Todos ellos se encontraron ante el altar de un oratorio.
Estando de rodillas, absortos en sus plegarias, vieron acercarse a un sapo con la barriga llena de huevas y la piel impregnada de babas nupciales.
Escandalizados, gritaron al unísono:
«¡El demonio nos tienta con la desnudez!
¡Que vistan a ese sapo!»
Una tarde de invierno...
Una tarde de invierno, la Rana solitaria les contó a sus amigos esta historia:
«En el principio, un sapo oscuro cargaba en su morral la salmuera de su experiencia, pero a medida que caminaba, la salmuera se iba desparramando y cubriendo el terreno que pisaba. Llegó un momento en que no veía el suelo a sus pies, siempre cubierto de emociones de traición, de ira reprimida, de deseo frustrado, de pasión entusiasta, de excitación estética... Atrapado en la salmuera de su nostalgia y de su resentimiento, se irguió sobre las patas para alejarse de la tierra. De pronto sintió frío y se cubrió con ropa. Primero con torpeza, y luego con hábil disposición, se fue a vivir sobre azoteas. Ya bípedo, cubierto de ropa y residente urbano, para impresionar a las demás especies se hizo llamar: Animal Humano».
Poner fin...
El Sapo quiso poner fin a la suciedad del estanque y fue a visitar a los hombres y mujeres de la ciudad.
La Rana llamó a su amigo y le previno.
—Guárdate de los tontos, amigo Sapo.
—¿Cómo podré reconocerlos?
—Serán los primeros en hablarte,—dijo la Rana—. De entre ellos están los que, ante un reto manifiestan haber hecho todo, y dan el problema por irresoluble. Luego están los que no dan para más, y sentados esperan su aclaratoria.
Pero los más perspicaces son los devotos de Dios. Se estiman afortunados elegidos y repiten como magnetófonos sus tablas de Daimiel.
De la tontura, amigo Sapo, ésta es la peor, porque con la misma fe que aplaude su sabiduría... argumenta su ignorancia. Y si no guardas una prudente distancia, a su lado, serás ofrenda y volverás en romería...
En el fondo de su barriga...
En el fondo de su barriga transportaba el miedo. Sobre su cabeza viajaba el deseo. Animal Humano iba de aquí para allá con la carga del vivir.
Un día fue a caer dentro de una dolina, y el miedo se escapó y cubrió el deseo de senectud. Y todo en él fueron oscuros presagios. Al salir de su agujero y pisar tierra firme, el deseo recuperó su lugar preeminente y alentó promesas de futuro e infinitos sueños.
Así pasaban sus días, ora arriba, ora abajo, según las irregularidades del terreno y su continuo trastabillar.
Cansado de vivir a trompicones, comenzó a tragar piedras, empujándolas hacia el fondo de su barriga e impidiendo de esta forma que el miedo se escapara.
Precavido, salió a conquistar sus sueños, pero, era tal su peso, que en el primer recodo vomitó un agrio espumarajo de colores brillantes. Se lo quedó mirando y, aburrido, sin saber qué hacer con su vida, dibujó un círculo alrededor de su obra que selló con su nombre. Otros que no resistieron su belleza... la adquirieron en subasta.
Colocó su creación en estanterías, y la clasificó por estilos y maneras. Y le dio nombre. Y creo vanguardia. Y fundó escuela. Y su expresión artística cobró solidez y ocupó un espacio al que Animal Humano llamó: ARTE. Y distinguido por su oficio, Animal Humano se hizo mayor creyéndose superior a las demás especies de la charca.
Me gustaría...
—Me gustaría hablarte del noble arte de la formulación.
Y empezó con este axioma:
TODA PREGUNTA ENCUBRE UNA AFIRMACIÓN
Al ver que su amigo el Sapo no prestaba atención, no hizo más comentarios.
Una mañana en que contemplaban la charca desde una piedra, vieron cómo un lagarto luchaba infructuosamente por salir del agua.
La Rana le preguntó al Sapo:
—¿Qué ves en la charca?
Y el Sapo contestó:
—Un lagarto que no sabe nadar.
—¿Y por qué no sabe nadar? —le preguntó la rana.
El sapo, que había aprendido el noble arte de la razón lógica, le respondió con sería templanza:
—Podría ser porque no lo hace con absoluta convicción. O también porque su larga cola se lo impida. O tal vez porque comete la gran torpeza de mantener sumergida su cresta cutánea. O...
—¡Para, para! —le interrumpió la rana—. El lagarto sabe nadar perfectamente.
Lo que no sabe es que el perfumista volcó sobre la charca todo el aceite de su alquimia.
En el estanque se reunieron...
En el estanque se reunieron los tres sapos más sabios para resolver un viejo problema.
Uno era práctico, y apostó por una solución de circunstancias.
Otro era precavido, y apostó por una solución estimada.
Otro era conservador, y apostó por una solución solvente. En el momento en el que, con augusta solemnidad se disponían a mostrar todo su saber, el gran sapo les dijo:
—Señores sabios, el problema se resolvió solo.
Los tres sapos sabios enmudecieron de golpe y entraron en una profunda depresión.
El gran sapo, después de mucho cavilar pensó para sí:
—¡De la que nos hemos librado!
Desde muy pequeño...
Desde muy pequeño el Sapo quería ser informador.
Verdad e imparcialidad capitaneaban sus principios.
Y fue en busca de su equipo.
Un cazador de ranas se acercó al estanque con sus redes vacías y preguntó:
—¿Dónde están las ranas?
Sin demora, un cuervo que se encontraba por allí contestó:
—¡En lo alto de aquel tronco!
El sapo de principios, que le estaba escuchando, pensó:
—Qué sincero y honesto es este cuervo. Lo ficharé para mi equipo.
Un día se presentó una mula y preguntó a una rana:
—¿Qué agua es la más limpia?
Y la rana respondió:
—¡Aquélla, donde se bañan mis hermanas!
Y el sapo fichó a esa rana para su equipo.
Otro día llegó una culebra, comedera de ranas, que preguntó a una lombriz de agua:
—¿Dónde puedo criar a mis hijas?
Y ella contestó:
—Aquí tendrás alimento para todas ellas.
Y el Sapo la contrató como redactora.
Por fin conformó su equipo de informadores imparciales y veraces; y fue a contarlo a todas las ranas y sapos del estanque, pero, ¡cual fue su sorpresa! cuando buscó su público, no quedaban sapos ni ranas para escucharle.
La belleza...
La belleza y la fealdad decidieron reconciliarse a la orilla de la charca.
Para poner fin a siglos de desavenencia, sellaron su amistad con una prenda.
La belleza regaló a la fealdad un espejo enmarcado en sus armónicos colores.
La fealdad hizo lo mismo, pero con sus armónicos colores.
Cuando fueron a mirarse en él, el espejo no reflejaba ninguna imagen;
un velo húmedo y viscoso lo cubría de remotas remembranzas
Un grupo de sabios...
Un grupo de sabios eligió por unanimidad al líder más capacitado.
Pero éste humilló al pueblo con su silencio y fue descartado.
Entonces, el pueblo se dirigió a Dios. Y Él señaló a su hijo entre los hombres, para gran disgusto de las mujeres, que eran más numerosas. Y fue descartado.
Le llegó el turno a la monarquía, pero sus venas se anegaron de vulgar cotidianidad, y perdió su razón de ser. Y fue descartada.
La democracia levantó el dedo y señaló en una lista a su líder más carismático. Pero el líder levantó el dedo del oportunismo. Y truncó la última esperanza.
Al ver que todos los sistemas fracasaban, Animal Humano se deprimió. Cabizbajo, fue a ver a la Rana solitaria, que tenía fama de entusiasta y resolutiva.
—¿Qué has hecho para no deprimirte? —le preguntó.
Y ella, sin apenas levantar la voz, dejó ir estas palabras:
—Lo que tú, dejar de creer.
Discreto y solitario...
Un sapo discreto y solitario elaboró una hipótesis.
Su hipótesis la cargó de ilusión y expectativas.
Con el tiempo se hizo investigador y colocó un cartel en su despacho de frondosos helechos que decía:
LA CURIOSIDAD ES LA MADRE DEL SABER
El investigador recopiló datos y se convirtió en científico. Y el científico acumuló reputación.
El día en que exponía ante su auditorio las conclusiones de su trabajo, tuvo serias dudas de los resultados obtenidos.
Entonces sintió el peso de una losa que le aplastaba y hundía en su púlpito.
Al día siguiente cambió el cartel que presidía su despacho por otro que rezaba:
EL SILENCIO ES EL MEJOR AMIGO DE LA CIENCIA
Un contrato ..
Un matrimonio de sapos muy emprendedor tenía un contrato íntimo que decía:
NO TE DES NUNCA POR VENCIDO
Después de un año de próspera convivencia y admiración mutua, el matrimonio torció su rumbo.
A los años, por mutuo acuerdo pactaron el divorcio.
Sin decir palabra y con sólo mirarse a los ojos establecieron las reglas:
Primero será la denuncia, después la querella, proseguiremos con el pleito, acusaciones, extorsión, contrapartidas. Finalmente nos pondremos de acuerdo en el valor de los años vividos, las ganancias patrimoniales, los sueldos pactados con sus consabidas pensiones. Y ninguno, bajo ninguna circunstancia -esto había quedado muy claro en el contrato íntimo- se dará jamás por vencido.
El Sapo científico...
El Sapo científico salió de su oscuro laboratorio al encuentro de los demás sapos.
—Yo he demostrado la tangencialidad de los juncos, se jactaba. He demostrado la ley del fluido lechoso. He demostrado la aritmética de las ondas en el agua.
Ensimismado como estaba proclamando sus logros, no vio una esparraguera que tenía a sus pies y quedó atrapado entre sus numerosos pedúnculos.
La Rana, mientras el Sapo intentaba salir torpemente de la madeja de tallos le dijo:
—Nos acabas de demostrar sin lugar a dudas, de manera fehaciente y objetiva, lo mucho que has de aprender.
Para sorprrender...
Para sorprender a la Rana, Animal humano se acercó a la charca con su comida del día. Al verla sumergida en las aguas someras, le dijo:
— Si no te importa, me gustaría compartir contigo éste primer bocado.
— Siéntate —le dijo la Rana con igual cordialidad—; pero, si no es inconveniente, antes de que muestres tu menú te hablaré del mío:
—Primero tomaremos una colación de cresas de exquisito sabor, combinadas con huevas de gallipato que he adobado en infusión de hinojo. De segundo, una ristra de ovas en sus cápsulas de gelatina. Y de postre, te daré a probar mariposa macaón con su néctar meloso.
Animal humano, después de degustar tan delicioso menú, con cautela sacó su tupperware y lo lanzó muy lejos, donde nadie pudiera sospechar su contenido.
En lo alto...
En lo alto de una montaña había una laguna donde las gallinas nadaban muy, muy bien.
Hacían concursos y otorgaban premios a sus plúmbeos atletas.
Un día se secó la laguna y las gallinas bajaron a la charca.
Cuando las ranas vieron nadar a las gallinas, se reían de ellas con avieso disimulo.
Entonces se secó la charca, y las ranas fueron a nadar a una presa.
Al tirarse al agua vieron unos salmones que observaban perplejos la torpeza de las ranas. Entonces se abrieron las compuertas de la presa y los salmones salieron a aguas desconocidas. Al ver a unos delfines saltando por sobre un embarcadero, se sonrojaron. De vuelta hacia aguas más tranquilas, los orgullosos delfines se detuvieron en una poza, y al ver nadar a las nutrias, se quedaron sin habla.
En su mitin matinal...
En su mitin matinal, un sapo que siempre daba malas noticias,
tenía un público muy fiel y entusiasta.
Otro sapo, que siempre daba buenas noticias,
tenía un público de lo más fiel y entusiasta.
Un día que los dos públicos se cruzaron en la charca,
con devota vocación se taparon los oídos y miraron hacia otro lado
para no contagiarse.
Al perder el olfato...
Al perder el olfato, Animal Humano se separó de los anuros.
Incompleto, comenzó a orientarse con los demás sentidos.
El oído lo usó para escuchar palabras. Pero ninguna decía nada que él no hubiera comprendido.
El tacto en los pies y en las manos lo usó para marcar su dominio sobre las cosas. Pero era incapaz de conocer el sentir de las cosas.
Con la vista distinguía sus objetivos de corto y de largo alcance. Pero no distinguía entre una nuez buena y una mala sin antes romperla.
Sin olfato, quiso conocer el fondo de las conciencias, pero nada pudo extraer de ellas que no fuera pura suposición.
Por su vida y su nariz fallida, pasaba la falsedad, un día sí y otro no, sin levantar sospechas.
La otra orilla...
El Sapo quiso conocer la otra orilla del río;
y reunió a los mejor dotados para su empresa.
¡Que levante la mano el don del poder!
¡Que levante la mano el don del liderazgo!
¡Que levante la mano la objetividad!
¡Que levante la mano el cronometrador!
Cuando había elegido a todo su equipo se pusieron en marcha.
En mitad de su hazaña, una tormenta inesperada frustro su objetivo.
El poder se quejaba de lo que había perdido.
El líder de su oportunidad.
La objetividad de su destino.
El cronometrador del tiempo perdido.
La Rana, que era la única que tenía el don de la lúdica curiosidad, exclamó:
—¡Que levanten la mano los que quieran conocer el fondo del río!
Con la idea...
Con la idea de agrandar su propiedad, un granjero se acercó a la charca
a medir su superficie; pero se encontró con la negativa de los sapos.
Empecinado en su plan, mandó venir al filósofo del Estado.
Y éste vertió sobre la charca el veneno del «pronombre posesivo».
Cuando los sapos bebieron de aquel brebaje, hechizados, se creyeron dueños del lugar.
Seguidamente, el granjero puso precio a la charca y la unidad de los sapos se rompió.
La Rana solitaria, que conocía las estratagemas de Animal Humano,
previno a sus amigos sobre las intenciones del granjero.
Sin demora, todos los sapos vomitaron el «mío» y el «tuyo»; y una vez más, se libraron del embobamiento de los hombres.
El granjero...
El granjero no cedía en sus planes de expansión.
De nuevo hizo venir al filósofo del Estado para hechizar a las ranas.
Esta vez, el filósofo volcó sobre la tierra húmeda el veneno del «verbo ser»;
y de la noche al día, una rana se creía la «Rana valiente», otra la «Rana solitaria», otra la «Rana cobarde», otra la «Rana feliz». Hasta que todas fijaron su identidad y, con ella, su división.
La Rana solitaria —que así la llamaban—, no dándose por vencida, quemó la tierra contaminada hasta no quedar rastro de identidad alguna.
Muerto el embrujo del «Yo soy», lo desconocido e indivisible pudo florecer de nuevo en la tierra húmeda.
Con sus alas azules...
Con sus alas azules, una Mariposa muy creyente de su Dios
viajaba volando de aquí para allá.
Al encontrarse con el Sapito de colores, expresó su mensaje:
—Querido Sapito —le dijo—, como criatura creyente entrego mi amor a los demás.
«¡Como la Rana!», pensó el Sapito.
—Como criatura creyente, comparto mi alimento con los más necesitados.
«¡Como la Rana!», pensó el Sapito.
—Como criatura creyente me hago digna en relación a los otros.
«¡Como la Rana!», pensó el Sapito.
—Como criatura creyente te invito a mi Iglesia.
El Sapito de colores, que no conocía el significado de este lugar, fue a preguntarle a su amiga la Rana. Cuando la vio posada sobre un sencillo y húmedo guijarro, el sapito pensó: «Quizás esto es la iglesia».
Sobrecogido miró a la rana y le saludo, diciendo:
«¡Que feliz me hace tenerte como amiga! »
La palabra es la imagen...
La palabra es la imagen reflejada de la verdad o la mentira. Por esa causa debes abandonar la idea del pensamiento positivo y ocuparte tan sólo de ser uno solo.
La rana, con la boca repleta de lodo, espumarajos, y su cabeza medio hundida en el agua, terminó diciendo:
—Cambiar, detener, mejorar, positivar, es todo lo mismo:
«La mente enfrentándose al hecho».
Cuando no quieras hacer nada, amigo Sapo, lo difícil y fácil descabalgarán de tu boca y dejarás de programar tus horas.
Y poco a poco, sin esfuerzo alguno, la Rana fue desapareciendo bajo la neblina acuosa del estanque.
El Sapo quiso...
El Sapo quiso encontrarse a sí mismo.
Para ello fue en busca de la pista de su maestro.
Tan ferviente y firme era su propósito,
que en poco tiempo halló la pista del maestro
y perdió la de sí mismo.
Un curandero...
Un curandero muy afanado, buscaba su medicamento
entre las hierbas que crecían alrededor de la charca.
Sin quererlo, un día encontró una planta que curaba
«el mal de la dependencia».
Primero la pisó hasta ser irreconocible, luego,
con denuedo y urgencia la enterró bajo una piedras.
La Rana, que le estaba observando, le dijo:
¡Siempre sospeché de tus dotes como enterrador!
Siento mucho...
—Siento mucho verlo tan extraviado, ausente.
La Rana, al escuchar cómo su amigo hablaba del Sapo perdido, le dijo:
—Hay algo peor que eso. El Sapo buscador es el que, huyendo de su oscuridad, está perdido entre sus luces.
Apareció...
Apareció un sapo por la charca diciendo a todos:
—Esto no es lo que era. ¡Qué pena me da!
A los pocos días de estar ahí fue a visitar otra charca.
Nada más llegar se lamentó:
—Qué poco se parece esto al lugar de donde vengo. ¡Aquel si que es hermoso!
De nuevo y de camino hacia un lugar mejor, encontró unos sapos viviendo en una charca sombría. Sin demora, escupió en el suelo y cambió de rumbo.
A lo lejos atisbó un lugar bañado por el sol al que llamaban: dehesa. Y exclamó:
—¡Qué lugar más inhóspito!
Caminando de un sitio a otro se hizo viejo.
Al final de sus días fue a visitarle su último descendiente, y le dijo:
—¿Qué has aprendido de todos tus viajes, padre?
Y el envejecido sapo le contestó:
—¡Qué si no fuera tan tonto, ahora estaría contento de tenerte aquí!
Quiso presentarse...
El Sapo quiso presentarse como candidato al gobierno del estanque.
—En el debate de ideas políticas —le dijo la Rana—, cuando formules una pregunta será para dejar sin voz a tu contrario. Cuando respondas, será para quedarte solo con tu respuesta. Y si buscas la conciliación con tu adversario olvídate del problema.
—¿Estás segura que así alcanzaré el poder? —le instó el Sapo.
—Tan seguro como que, una vez alcanzado, del motivo ni te acordarás.
Se había ido...
Su amiga Rana se había ido y el Sapo viajaba en el recuerdo de su amor.
Fatigado por esta pesadumbre, decidió ocuparse haciendo otras cosas.
Pero no fue suficiente. La ansiedad le atenazaba.
Entonces entrenó su mente. Sentado sobre una piedra buscaba el vacío...
Cuando ya lo había alcanzado, la Rana volvió a su encuentro.
Al verla, el vacío se llenó de súbito, y del susto, el Sapo saltó hacia otro lado con la piedra entre las piernas.
Era muy normal...
Era muy normal verlo lleno de arañazos. Su madre parecía despreocupada.
Con su amigo, de piel lustrada, pasaba lo contrario.
En una ocasión, los dos renacuajos fueron a caer dentro de una red.
Sólo uno pudo escapar.
La madre despreocupada, dijo al verlo:
—¡Éste es mi hijo!
La madre protectora, con mayor énfasis replicó:
—¡No! Es el mío.
Y el renacuajo, aprovechando el despiste, se fue con la madre del otro.
Muy activa...
La Rana era muy activa. Le gustaba hacer cosas. Ella no llamaba a su ocupación: trabajo. Hacía cosas, sonreía y nada le faltaba.
Un día se cruzó con un asno que llevaba media vida trabajando para un arriero, obedeciendo y tirando del molino. Con apesadumbrada voz, el asno dijo a la Rana:
—A mí me gustaría ser como tú. ¿Qué he de hacer?
La Rana no contestó, pero el asno comenzó a seguirla y hacer lo que ella hacía.
Viendo cómo saltaba la Rana, él la imitó, saltando como ella.
Al escucharla croar por la noche, el asno puso cara esponjosa, hueca, y croó como ella.
Al día siguiente estaba la Rana dándose un chapuzón, cuando el asno, sin miramiento, se lanzó al agua.
El asno empezó a rebuznar y a tragar agua por la boca y las orejas.
Como la Rana no podía con él, el asno empezó a nadar y a nadar, con total empeño, hasta que logró alcanzar la orilla.
Nada más verlo, la Rana se acercó dulcemente y le susurró al oído:
—Ahora, ya somos uno...
Afanado en intentar...
Afanado en intentar que las culebras no se comieran a las ranas, el Sapo mostraba signos de cansancio.
Después de semanas empezó a considerar la dificultad de su empresa.
Cuando juzgó que era imposible, la frustración se instaló en sus ojos saltones.
Finalmente hizo una utopía de su empeño -a su ignorancia le faltó argumentos para seguir luchando-.
Ahora que ha pasado un tiempo de su epopeya, asume resignado que su lucha fue en vano, y arrepentido, mira a las ranas como animales tontos, y a las culebras, con creciente admiración.
Comenzar...
«¡Comenzar de nuevo!
¡Comenzar de nuevo!
¡Comenzar de nuevo!».
Repetía el Sapito, después de tropezar con la misma piedra.
Comenzó de nuevo, y al caer varias veces en un mismo agujero,
mirando a su alrededor con disimulo, se excusó diciendo:
«¡Esta vez todo ha sido diferente!».
Sin él saberlo, el veneno de la culpa comenzaba a gravitar por la órbita de sus pedúnculos.
Ciego de vista...
Había un sapo ciego de vista
y un sapo ciego por sentimientos saltando por la orilla del estanque.
Los dos chocaron entre sí.
El sapo ciego por sentimientos pensó:
—¡Que lástima de sapo!
El sapo ciego de vista dijo:
—¡Perdón!
El idioma de los hombres...
El Sapo fue a estudiar el idioma de los hombres.
Al volver al reino de los sapos se encontró con que nadie lo entendía.
Su amiga la Rana miraba hacia otro lado cuando él hablaba. Los sapos se alejaban de su compañía preocupados por los ruidos que salían de su boca sapuda.
Un día, al verse reflejado en el agua del estanque se vio extraño; su rostro había adquirido un semblante meditabundo, circunspecto. Al menos éstas fueron las palabras que él utilizó para definir su semblante.
Asustado, decidió volver atrás, ser el que antes fue y olvidar el idioma de los hombres.
Pero algo había cambiado en lo más profundo de sí mismo, algo que estaba más allá de sus carnosas membranas.
El Sapo no se daba cuenta pero al compartir sus experiencias con los demás sapos, enseguida buscaba un calificativo, un adverbio, un nombre que las definiera.
Al contemplar el cielo lo hacía a través de la palabra cielo. Lo mismo le ocurría cuando croaba. Enseguida explicaba lo que quería decir.
Un día que se encontró extraño, a esa sensación la llamó tristeza, y se preocupó por lo que el diccionario decía de ella.
Lo que pasaba en su vida tenía un nombre.
Las cosas ya no eran lo que eran, sino lo que las palabras decían que eran.
Su mayor afán consistía en meter en el saco del idioma humano la vida de los sapos, pero, cuanto mayor era su empeño, menos sapo era y más se parecía a Animal Humano.
Si fuera como el camaleón...
«Si fuera como el camaleón, adaptaría mi cuerpo a cada circunstancia»
El Tritón habló de este modo a su amigo el Sapito de colores.
Y el Sapito de colores le contestó:
«A mí me gustaría tener el poder disuasor de la cobra, de sonido sibilante y envenenada lengua»
La rana, que escuchaba atentamente, les dijo:
«Que esclavo es vuestro poder. ¡Mirar a las nubes!
Ellas viven en el cielo, libres de identidad alguna.
El único poder que no vive sometido es el de la inocencia de las nubes»
El jefe del grupo...
Todos los sapos del estanque se reunieron para elegir al jefe del grupo.
De entre todos hicieron un ranking con el más fiel, fértil y de más larga vida conyugal.
Cuando eligieron al más capacitado según esa lista de méritos, se fueron a celebrarlo al cerro.
Al anochecer, desde lo alto vieron una hoguera junto a la charca, y a la Rana solitaria, saltando y bailando con el último de la lista.
El nido de un mirlo...
Al Sapo le gustaba dormir bajo el nido de un mirlo que, año tras año lo rehace y alberga en él a su misma pareja. Así se lo comunicó a su amiga la rana.
—Ven, acércate —dijo la Rana después de escucharle—. Los mirlos son muy hermosos, pero prefiero dormir bajo el nido del cuco, que cada año construye un nuevo nido
y empieza una nueva vida cada primavera.
El mirlo, que escuchó su comentario, exclamó:
—¿Tan desagradecida eres que no sabes valorar mis dones?
Y la Rana contestó dulcemente:
—¿Tan poco ves que no sabes valorar la despedida?
En el estanque...
En el estanque se habían formado dos grupos en exaltada y mutua confrontación.
Por un lado estaban los que todo el tiempo hablaban de la ventaja de separarse,
y por el otro los unionistas, defendiendo a ultranza las ventajas de seguir juntos.
Los dos grupos fueron a hacer campaña ante la casa de la Rana.
Al acercarse al rincón musgoso donde ella se hospedaba, vieron un cartel que decía:
ESTO QUE VEIS NO ME PERTENECE.
Tanto unos como otros se miraron y, muy hermanados, se pusieron de acuerdo para pasar de largo.
Enamorado...
El Sapo albino estaba enamorado de la Rana.
Para conquistarla decidió mostrarse alegre, decidido, mordaz.
La Rana, después de pasar una tarde con él, contrariada, de un salto se fue del lugar.
El Sapo probó a mostrarse incierto, dubitativo, frágil. Pero la Rana,
tras pasar una tarde con él, de un salto se fue del lugar.
Por último, el Sapo decidió dejar de esforzarse por seducir, ser él mismo.
La Rana, después de pasar una tarde con él, le abrazó dulcemente,
y de un salto se fue del lugar.
El Sapo sonriente...
El Sapo Sonriente le dijo a la Rana asustada:
—Deja todo lo que tienes. Las pequeñas cosas son lo importante. Haz como yo.
Al cabo de un tiempo, la Rana asustada se encontró al Sapo Sonriente hablando con una culebra de agua.
La culebra le decía al Sapo:
—Estoy triste. ¡Tengo hambre! Hace días que nada me llevo al estómago. Y el Sapo Sonriente le contestaba:
—Abandona las grandes cosas y quédate tan sólo con las pequeñas.
Acto seguido, y para perplejidad de la Rana, la culebra alzó el cuello y se lanzó sobre una patita del sapo.
Cuando la hubo digerido, sinuosa y cauta, se fue del lugar muy sonriente.
Muy preocupado...
Muy preocupado por la educación de su hijo, el Sapo quiso la mejor escuela.
La primera la descartó porque tan sólo enseñaban la natación cuadrúpeda, olvidando la importancia del salto.
En la segunda escuela hacían de él un perfecto cazador lingual, pero también la descartó porque olvidaban la caza aerostática.
En la tercera lo preparaban para la inmovilidad. Igualmente la descartó porque no lo ejercitaban en la huida efectiva.
Cuando por fin encontró una escuela para su querido hijo, la profesora rana llamó al padre Sapo y le dijo:
—¿Dónde aprendió este sapito a no escuchar?
El Demonio de los sapos...
El Demonio de los sapos se encontró con el Dios de las ranas celebrando su excelso poder y le dijo:
«Tú presumes de haber creado la vida, pero yo he creado algo más sagrado y omnisciente: ¡la muerte! »
Dios, con mirada todopoderosa, habló al Demonio:
—Yo he creado el cielo.
—Yo la sequía que todo destruye —contestó el Demonio.
—Yo he creado las nubes.
—Yo el granizo.
—Yo he creado el astro sol.
—Yo el fuego flamígero.
Y así estuvieron un buen rato haciendo cada uno un compendio de sus logros.
Después de horas de debate, los dos se retiraron a descansar convencidos y apenados de la cojera de su poder.
Ninguno pudo conciliar el sueño.
A media noche, bajo el susurro y crepitar de las constelaciones, la Culpa se les presentó vestida de un gris púrpura diciéndoles al oído:
A partir de hoy os pondré en mi lista, y ocupareis el primer lugar en el orden de mis creaciones.
El caracol se equivocó...
El caracol se equivocó de senda y acabó en una acequia maloliente.
Entonces se transformó en una libélula, y desde lo alto se dirigió a la charca.
Pero las nubes le cegaron y acabó en un arenal de espino. Entonces se transformó en una serpiente, y reptó ladera abajo, pero un golpe de viento le hizo confundir su rastro. Entonces se transformó en jirafa, y al estirar su largo cuello divisó el agua de la charca, pero la noche le cubrió los ojos con una sombra impenetrable.
Como al caracol no le quedaron esperanzas, dejó de fabricar animales rescatadores...
Entonces y por primera vez se preguntó ¿Por qué perdió su rumbo?
Y descubrió que el caracol que siempre fue, bajo su carcasa, contenía una brújula, todavía inmaculada.
El reino del sol...
El Sapo convino con los demás sapos cambiar las leyes que regían la propiedad.
A partir de ese momento, el lugar de cada sapo para tomar el sol lo decidiría la antigüedad y la herencia.
Si un sapo se había hecho viejo tomando el sol sobre el puente, la propiedad le era otorgada.
La tradición familiar mantendría su asignación año tras año.
Todos parecían contentos hasta que los lagartos, con igual argumento, compitieron con los sapos por el territorio del sol.
Cuando la rencilla y la envidia se adueñaron del charco, pactaron un combate en el fondo del valle entre el más fuerte de los sapos y el más fuerte de los lagartos. La victoria cerraría la disputa por la propiedad.
Una vez el ganador cerró la contienda tornaron a la charca pero, para sorpresa de ambos, el reino del sol estaba ocupado por las felinas garzas, que discutían con las acorazadas tortugas sobre quién de las dos, garzas o tortugas, era la más merecedora del reino del sol.
Dos embriones...
Dos embriones de sapo que flotaban en sus cápsulas acuáticas se dijeron:
«¡Hemos de aprovechar los mejores momentos de nuestra vida!»
Dos renacuajos de sapo que nadaban en las aguas templadas de una charca, al encontrarse sus miradas, se dijeron:
«¡Hemos de aprovechar los mejores momentos de nuestra vida!»
Dos sapos en celo, ocultos en un lodazal se dijeron:
«¡Hemos de aprovechar los mejores momentos de nuestra vida!»
Dos sapos muy viejos, momentos antes de morir, se dijeron:
«¡Hemos de aprovechar los mejores momentos de nuestra vida!»
Para el entierro de los sapos, la rana hizo un hoyo muy profundo.
Aun lado apiló cuantas primerizas, jóvenes y adultas intenciones habían sido formuladas de por vida. Y con todas ellas, enterró para siempre al: «Hemos...»
De vuelta...
De vuelta a casa, el Sapo albino se detuvo ante una franja de tierra donde no crecían las flores.
A un lado de lo que más tarde comprendió que era un camino, había un cartel que decía: PROPIEDAD PRIVADA. PROHIBIDO EL PASO
Cuando se disponía a cruzarlo, una culebra enroscada en un árbol le previno:
—Los humanos han impuesto un sistema, lo llaman propiedad y se compra con monedas.
El Sapo, muy contrariado por tamaña injusticia, fue a la charca a meditar. Mientras permanecía concentrado en tales asuntos, un mosquito no dejaba de zumbar en su oreja. Malhumorado, el Sapo le dijo al mosquito:
—O detienes tu zumbido o te expulso de la charca.
El mosquito abandonó el lugar, perplejo por el alto precio de vivir en una charca de sapos.
Tenía la costumbre...
El Sapo tenía la costumbre de levantarse con una pregunta y acostarse con la respuesta.
Ese día no fue diferente y le preguntó a su amiga la Rana:
—¿Cuándo nos dejarás?
La Rana, acostumbrada a estos despertares, mirando al Sapo balbuceó:
—No lo puedo saber. Siento darte esta respuesta pero, si puedes soportar vivir con la pregunta, cuando nades, flotarás en la charca, ligera como el saín.
Esa noche, el Sapo no pudo conciliar el sueño. Y de madrugada, pesado e insomne, dibujó una gran Rana sobre el tronco donde yacía, quedándose, por fin, profundamente dormido.
El único animal...
El Sapo le dijo a la Rana:
—Eres el único animal que conozco que no ha tenido descendencia.
¿Acaso no piensas en el porvenir de nuestra especie?
¿Acaso no quieres aprender el noble arte de ser madre?
¿Tan egoísta eres que sólo piensas en ti?
¡Sin la experiencia de la maternidad ni conocerás ni te conocerás a ti misma!
Así estuvo el sapo todo el día, hasta que por fin cayó. Mientras tanto, la Rana lo contemplaba con curiosidad.
El Sapo quedó muy satisfecho. Había descubierto en su ardua campaña, nuevos argumentos para seguir siendo sapo y perseguir ranas.
En una noche...
En una noche muy cerrada, una luciérnaga de empobrecida luz fue a caer dentro de una zanja.
Otra luciérnaga de gran luminiscencia que pasaba por allí le gritó desde lo alto:
—¡Que la suerte te acompañe!
Al rato, un gran búho que permanecía al acecho vio a la luciérnaga luminosa y se lanzó sobre ella.
Desde la zanja se escuchó la voz de la otra, que le decía:
—¡Que la suerte te abandone!
En una charca vecina...
En una charca vecina gobernaba un sapo dictador e inculto.
Al tener su primer hijo, lo mandó a estudiar a Europa, donde las charcas
son de azulejos azules en invierno.
Al volver junto a su padre, lo encontró solo, anciano y muy enfermo.
Al morir éste, tuvo que enterrarlo a escondidas.
Como el dictador hijo no quería acabar en el ostracismo,
construyó una universidad pública y gratuita, donde enseñasen el arte de la publicidad y el consenso.
Cuando murió de viejo en un hospital del estado, sus seguidores, por mayoría,
votaron erigirle un estatua con un cartel esculpido que rezara:
EN RECUERDO A SU GENEROSIDAD E INNOVADORA HERENCIA.
Un juez...
Un juez sentenció a muerte a un asesino a sueldo,
y para no levantar sospechas se retiró el sueldo.
Otro juez mandó encerrar a todos los delincuentes,
y para hacer efectiva su condena
entregó su casa al carcelero.
Otro juez de la misma escuela,
para no tener que renunciar a sus derechos,
mandó construir la ciudad del bien,
y ningún albañil, constructor ni cerrajero
se presentó a su obra.
Cuando se jubilaron, los tres jueces se retiraron a vivir a la charca;
y nunca tomaron decisión alguna, que no hubieran consensuado los sapos previamente.
Dos sapos se reunieron...
Dos sapos se reunieron para redactar cada uno su MEMORIA HISTÓRICA.
Uno, que era cojo, empezó escribiendo:
«La tierra estaba removida. Las lombrices me pasaban de largo, para escarnio y desconsuelo mío. Cuando tuve mi primer hijo me alegró mucho saber que no nació con mi cojera».
El otro sapo, que era muy astuto, dijo:
«Fue un momento decisivo para mi economía. El mundo estaba tan convulso que olvidó lo esencial. Desde entonces me froto las manos cada vez que comienza un conflicto».
Cuando la editorial juntó las dos memorias para hacer una sola, los sapos cojos y los sapos astutos hicieron cola para comprarla. Pero, antes de que el primer cojo tomara asiento, ya no quedaban libros en las estanterías.
Dos amigos...
Dos amigos alpinistas con sus pasiones apocadas
dialogaban sobre el futuro.
El alpinista novel le decía al otro:
—Me gustaría tener tu fabuloso historial y poder presumir
de haber conquistado cimas legendarias.
—A mí —replicó el alpinista consagrado— me gustaría estar en tu puesto
y poder soñar con nuevos retos y grandes promesas que alcanzar.
Sapito de colores, que estaba por allí, les quiso ayudar.
—Tengo una amiga —le dijo— cuya pasión, inagotable, es la risa, y hacer de ella eco en otras voces.
—¡Corre! —dijo el alpinista consagrado al joven—. Aquí no hay seriedad para nuestra empresa.
Como sombra...
El Sapo imitaba a la Rana. Cuando ella saltaba, él saltaba. Cuando ella se zambullía, él se zambullía. Cuando ella se alejaba y permanecía en solitario, él la seguía y permanecía en solitario.
Una tarde que la Rana saltaba por entre los juncos, topó con algo y torpemente fue a caer dentro de un agujero hondo y oscuro. El Sapo, que la seguía ensimismado, cayó tras ella. Sapo y Rana quedaron cubiertos bajo una capa de sucios rastrojos. Sin saber qué hacer ni cómo había sucedido, el Sapo clavó sus ojos sapudos en la Rana, estupefacto y tembloroso. Acto seguido giró la cabeza hacia otro lado con inquieto disimulo.
Una vez que los dos amigos alcanzaron la superficie, el Sapo miró al interior del agujero y pudo ver, como sombra, la vanidad del fiel discípulo, reptando, sutil y pudorosamente, hacia donde él estaba.
Un ladrón de manzanas...
Un ladrón de manzanas, en su huida, se mezcló entre el gentío.
Animal Humano fue en su búsqueda y detuvo a un sospechoso
al que sometió al test de la verdad. Pero no dio resultado.
Perseverante, ejerció sobre él un interrogatorio exhaustivo que confrontó con estadísticas de carácter. Pero siguió sin obtener resultado.
Entonces analizó tejidos y expuso los resultados en un gráfico.
Y tampoco obtuvo una conclusión definitiva.
Después de haber puesto en práctica toda su ciencia, se retiró a reflexionar.
La Rana solitaria, que seguía con máxima curiosidad la investigación, se acercó a oler al sospechoso y pensó: «No hay duda, este hombre huele a hambre, a miedo y a manzanas».
—¡Corre! —le instó la Rana al ladrón—, antes de que la ciencia contrate a una nariz zancuda.
Un campesino...
Un campesino elaboró un vino con la moral de la justicia, la igualdad y la fraternidad.
Llenó con él un tonel y fue a venderlo al mercado. De camino, al pasar por la charca se quedó dormido, y en su descuido, el tonel rodó hasta caer dentro del agua.
Todas las ranas y sapos bebieron de su vino hasta atracarse.
Embriagados de su licor, las ranas más pendencieras se creían abogadas del bien.
Los sapos sometidos se creyeron alguaciles del orden.
Los batracios enemistados firmaron su armisticio sin mirarse a los ojos.
Y en los días siguientes, ningún ser que bebió de la charca, supo quien era, en realidad, él mismo.
A un pequeño...
A un pequeño Sapito que no sabía nadar y temía al agua, le pusieron un instructor muy amoroso. Y el Sapito aprendió a dormirse entre sus ancas.
Entonces decidieron ponerle un instructor muy sabio. Y el Sapito aprendió a nadar perfectamente fuera del agua.
Entonces juntaron a los dos instructores, al amoroso y al sabio. Y en poco tiempo se lanzó al agua dejando atrás a sus maestros.
Cuando murió...
Cuando murió su amiga la Libélula, la rana se quedó muy sola.
Un grupo de conocidos se acercó a opinar.
—Lo primero que has de hacer —dijo uno de ellos—, es «aprender a olvidar».
Y aprendió a recordar sin mirar hacia atrás.
Otro le recomendó: ¡Valora lo que tienes!
Y aprendió a no poseer.
Unos cuantos le recomendaron: ¡Se fuerte!
Y aprendió a tirarse al agua y esperar su naufragio con los ojos abiertos.
Los más afectuosos le recomendaron «nuevas amistades».
Y cuestionó lo que antes llamaba amistad.
Finalmente le recomendaron: ¡Se feliz!
Y comprendió que ninguno de sus solícitos asistentes
entendería jamás su significado.
La sombra...
«La sombra comprende a la sombra.
El lirio comprende al lirio.
Sólo la luz comprende a su contrario y de ninguno participa porque vive en el no ser».
Esto le dijo un día la Rana al Sapo, empeñado en nadar como una lombriz.
Un ladrón de manzanas...
Un ladrón de manzanas, en su huida, se mezcló entre el gentío.
Animal Humano fue en su búsqueda y detuvo a un sospechoso
al que sometió al test de la verdad. Pero no dio resultado.
Perseverante, ejerció sobre él un interrogatorio exhaustivo que confrontó con estadísticas de carácter. Pero siguió sin obtener resultado.
Entonces analizó tejidos y expuso los resultados en un gráfico.
Y tampoco obtuvo una conclusión definitiva.
Después de haber puesto en práctica toda su ciencia, se retiró a reflexionar.
La Rana solitaria, que seguía con máxima curiosidad la investigación, se acercó a oler al sospechoso y pensó: «No hay duda, este hombre huele a hambre, a miedo y a manzanas».
—¡Corre! —le instó la Rana al ladrón—, antes de que la ciencia contrate a una nariz zancuda.
Últimamente...
Últimamente, el Sapo se había hecho famoso por su lustrada piel y el color rosado de sus membranas. Los demás sapos no le perdían de vista.
Pasado un tiempo, el Sapo decidió compartir su secreto y dijo a todos que su lozanía se debía a las aguas sulfurosas y verdes de una charca, donde, a escondidas, se bañaba todas las tardes.
La Rana, que conocía el secreto, llamó a su amigo y le contó la historia del perro del pastor:
«En una época en que escaseaba el alimento, el más astuto de los perros del pastor guardó para sí un gran hueso de vaca. Cuando el apetito le apremiaba, sacaba su hueso del escondite y roía con placidez su jugosa médula.
Al cabo de los años, el perro del pastor, viejo y gordo, murió de una pulmonía, si bien, por cauta rutina, antes de morir se entretuvo en guardar su preciado botín.
Un día en que el pastor se encontraba removiendo pastos, dio por casualidad con el hueso del viejo perro y, súbitamente, comprendió muchas cosas.
Ocupado en roer su hueso, el perro abandonaba el ganado mientras los demás canes lo contemplaban crispados, ensalivando su hocico en tierra, para después, saciar su hambre con alguna oveja».
El Sapo, que escuchaba atentamente, prorrumpió en escandalosa defensa:
—¿Qué tiene que ver esto conmigo?
—Ahora que conocemos tu secreto —dijo la Rana—, hablas con naturalidad, comes con naturalidad, ríes con naturalidad; y los demás sapos han dejado de perseguirnos. Hasta ahora vivías como un mentiroso, esquivo y huraño, con la piel húmeda y la cara compungida por la sospecha.
Cansado de ver...
Cansado de ver cómo las garzas se comían las larvas de los sapos, el Tritón fue a hablar con ellas.
Desde lo alto de una piedra les dijo:
—Cada vez que os coméis una indefensa larva dejáis huérfano a un sapito.
Las garzas, sobrecogidas, dejaron de comer larvas de sapo.
El Tritón se puso muy contento, y a media tarde, celebró una fiesta con sus amigas las salamandras para compartir su alegría. Como aperitivo tomarían moscas azules, y de postre, cucarachas acuáticas.
Un sapo médico...
Un sapo, médico de urgencias, cuanto más se quejaba su paciente, más insistía en lo mismo: «Éste, es sólo mí diagnostico».
Otro sapo, médico cirujano, que vivía a unas cuadras de allí,
al observar a su paciente le decía:
«¡Lástima que no hallas venido antes! ».
Con cada sapito enfermo que pasaba por el médico de urgencias,
disminuía la reputación de éste y aumentaba la del cirujano.
Pero un día se puso enfermo el médico cirujano y,
muy preocupado con su dolencia,
recorrió medio mundo en busca de un médico serio...,
sin encontrarlo.
Un segundo...
Un segundo antes de que saltara la Rana, el Sapo, al verla completamente relajada y ausente debajo de un sauce que crujía de puro viejo, pensó para sí:
—Qué confiada es esta rana, no conoce el miedo. Al instante y con un ruido seco, una rama del sauce cayó al suelo y fue a golpear al Sapo, que permanecía pensando en sus cosas.
El Sapo, enfadado, culpó a la Rana por no avisarle del peligro.
La Rana, que guardaba mucho afecto a su amigo, le dijo:
—Bien, la próxima vez, antes de saltar y escapar de un peligro me pondré a temblar.
Veo a los hombres...
—Veo a los hombres padecer terribles males, querido Sapito —dijo la Rana—, la mayoría de ellos se curan con caricias, pero hay una enfermedad que las caricias la acrecientan. Es un mal que desconoce el que lo padece. Se mueve en espirales excéntricas y es de los más invasivos.
Cuanto más larvario es el hogar que infecta, más honda es su sordera.
Su fiebre es la soberbia, su mal la ignorancia.
Los síntomas más comunes son el cinismo, la ira y la salinidad en sus ojos.
Muy tarde, en la soledad de su penumbra descubre el mal de su ponzoña.
Solo y sin nadie en su lecho, una tímida duda lo acompaña hasta la muerte.
Con su cámara...
Con su cámara de fotos, Animal Humano se acercó a la charca a retratar a sus amigos. El resultado de su trabajo lo expuso en una galería, en cuya puerta podía leerse: REALISMO NATURAL.
De la galería salió una señora murmurando:
«¡Qué colección de sapos más indecorosa!»
Un escolar, con su hatillo de libros al hombro, dijo:
«De los anfibios, estos son los más insulsos».
Un jardinero, admirador de las plantas acuáticas, comentó a su socio:
«Todo lo que sobra en nuestro jardín está aquí representado».
A última hora llegó a la galería Sapito de colores.
Al acercarse a su foto, dijo a Animal Humano:
«Lo siento, pero has de mejorar mucho el realismo.
¡Este aroma de pura insatisfacción no me pertenece!»
Una culebra...
Una culebra había estado merodeando por el estanque, al acecho entre los juncos, creando una gran inquietud entre la comunidad de anfibios.
Pasado un tiempo, tras comprobar que el reptil se había ido, el Sapo le preguntó a la Rana.
—¿Qué es la muerte?
Y la Rana entró en un profundo sueño.
El Sapo le volvió a preguntar:
—Si no te es molestia, ¿podrías decirme qué es la muerte?
La Rana permaneció varias horas inmóvil, sin decir palabra, hasta que el Sapo se le acercó y dijo exaltado:
—Bien, ahora comprendo, la muerte es morir en esta vida para nacer en otra.
La Rana, que se había retirado, permaneciendo oculta bajo el manto de hojas que cubre la orilla del estanque, dio un salto y fue a colocarse frente a él. Con pausada y sonora voz, dijo al Sapo:
—¡Este es un buen argumento para no saber jamás qué es la muerte!
Un estudiante...
Un estudiante de filosofía se acercó a la charca.
El Sapo, al verlo muy concentrado, le preguntó:
—¿Qué haces aquí?
—He venido para hacer un glosario de las verdades que me han sido transmitidas,
y hacer de ellas mi enseñanza.
—Y tú, Sapo, ¿qué haces aquí?
—Yo he venido a bañarme con todas mis mentiras. Y una vez limpias de excusas y aireadas, guardaré un cauto silencio.
El Tritón se acercó...
El Tritón se acercó a la charca de la mano de un sapo, anciano y sabio economista.
—Aquí te traigo —dijo a la Rana— la solvencia económica. Él y no otro frenará la recesión y nos devolverá los viejos tiempos de esplendor.
Cogiendo de la mano a un joven sapo, repuso la Rana:
—Aquí tienes el ímpetu y la precipitación, que acompañados del error,
estimulará el gasto por partida doble.
El amor...
«El amor no me interesa. Es tan generoso como indiferente.
Celo y envidia conforman parte de sus dones. Con la misma fuerza que hace suyo, destruye lo que se interpone.
¿Qué pasión es ésa, querido Sapo?
Hay algo que cuando se abre reparte sus semillas sin despedirse y no conoce destinatario. No tiene su flor,
tiene la flor que a todos perfuma.
En el aroma de nuestra amistad encontrarás todo lo que necesitas para sonreír».
Mis pensamientos...
—Mis pensamientos me atormentan, —balbuceó el Sapo.
La Rana, que se encontraba sumergida en la charca, saltó a la orilla y enseñó su rostro reflejado en el agua.
«El pensamiento es como una planta florida –dijo la Rana—. Hay anfibios a quienes sólo les seduce su perfume, y juegan a combinar sus notas como escenarios...
Hay a quienes les interesan sus raíces, y son deglutidos por el tiempo...
Otros escuchan su pálpito, y sin poder hacer nada son poseídos por el recuerdo.
Por último están los que escuchan sin motivo alguno.
Éstos son los Sapos sapudos, los que hacen del sentimiento su flor impronunciable».
Dos pasiones...
Dos pasiones intensas pasaron una noche en la charca.
Una era pasión comprendida. La otra, pasión incomprendida.
A la comprendida, rápidamente le hicieron hueco entre tiernos gladiolos,
mientras que la incomprendida fue empujada hacia un vado quebradizo.
A la noche siguiente se acercaron a una charca próxima;
y la incomprendida fue la otra, que no pudo pegar ojo debido a los constantes comentarios y susurros peyorativos.
En la tercera noche se dirigieron hacia un descampado.
Al ponerse el sol, las dos pasiones croaron con mayor énfasis y concentración;
pero todos los grillos se volcaron sobre ellas,
haciéndolas callar con su cantarrana monótona.
Entonces siguieron su camino, y al pasar por una ribera,
escucharon cientos de sapos croando. Desconcertadas, pasión comprendida
y pasión incomprendida decidieron cantar para ellas mismas;
y las dos pasiones fueron expulsadas, a la par,
del territorio de los sapos copuladores.
Una cría de avestruz...
Una cría de avestruz le dijo a su madre:
—Esto que haces no me aparece bien.
Y la madre, desconcertada, le dijo:
—Cuando seas adulta lo entenderás.
Cuando la cría de avestruz se hizo adulta,
le volvió a decir a su madre:
—Sigo pensando que lo que haces no está bien.
Y la madre le dijo:
—Cuando seas esposa lo entenderás.
Y la cría de avestruz se hizo esposa, y volvió a decir a su madre:
—Esto que haces no me parece bien.
Entonces, la madre le dijo:
—Cuando seas madre lo entenderás.
Y la cría de avestruz, adulta, esposa y madre, le dijo un día:
—Sigo pensando que lo que haces no está bien.
Y la madre, infló sus plumas, escondió su cabeza bajo las alas y respondió:
—¡Vasta ya! Tú, no eres yo.
Para difundir...
Para difundir sus promesas, los políticos y un numeroso séquito de soldados salieron de la cuidad.
La Rana solitaria aprovechó para acercarse al pueblo.
Al llegar se encontró con un gran alboroto. Los lugareños discutían y se peleaban por múltiples desavenencias. Pero con el paso de los días aprendieron a escuchar, a poner orden y fijar prioridades. Los más sabios observaban y resolvían unidos sus frecuentes contradicciones. Los más serenos de espíritu hacían cumplir las leyes.
Al cabo de una semana, los políticos y los soldados volvieron a la ciudad y, perplejos, hicieron circular un bando en el que se anunciaba:
UNA CRISIS DE DIMENSIONES INSOSPECHADAS SE AVECINA.
Una mañana...
Una mañana que el Sapo vio a la Rana desocupada,
se acercó hacia ella y le preguntó:
—¿Cual es el sentido de tu vida?
Y la Rana cambió el semblante y mirándolo le dijo:
«He tenido muchos. Primero quise ser algo,
significar algo para el mundo.
Luego quise enamorar al más bello, y cuando lo conseguí, no me sentí del todo satisfecha y quise enamorar a otro, aún más bello.
Luego quise transformarlo, ajustarlo a mi mundo,
y se murió en mis ancas palmípedas sin poder hacer nada.
Luego dejé todo deseo, o más bien el deseo me dejó a mí. Y la vida no tenía sentido.
Entonces mi mente ya no era lo que fue y lloraba mucho. Pensé que la tristeza se había apoderado de mí; pero después de cada lágrima, mi corazón latía con más fuerza.
Ahora siento que no tengo ningún sentido o propósito.
Algo me estruja y hace diáfano al recuerdo.
¡Qué tonta! Otra vez lloro».
Y el Sapo la miró sin comprenderla, pensando que la Rana, en realidad, estaba deprimida.
Para hacer...
Para hacer recaudo y cosecha de su acuerdo,
Animal Humano se acercó a la charca.
—Los más dotados intelectualmente serán premiados con un título muy respetable —dijo a todos.
El cuervo picudo, la escolopendra y el escorpión negro se reunieron y expresaron su desacuerdo.
—Y a nosotros, ¿qué nos ofreces? —exclamaron al unísono.
—Para vosotros, una vez he contentado a los listo —dijo Animal Humano con cierta sorna—, el sistema tiene previsto concederos un sueldo vitalicio y un lecho caliente en invierno.
Y Animal Humano confeccionó una lista muy larga
para el viejo oficio de soldado y senador.
La Rana conoció...
La Rana conoció a un Ratón escalador.
Cuando le preguntó por qué escalaba rocas tan altas, de consabido riesgo,
el Ratón respondió:
—¡Soy un ratón valeroso!
«Cuando se vive en sombras se asumen temeridades —pensó la Rana—. Una de ellas es la del Ratón escalador. Presume de un éxito para esconder una oscuridad».
En la base de la roca donde el Ratón se encaramaba había un cartel que decía:
«Tapadera 8ª».
Tres monjes...
Tres monjes se acercaron a la charca para discutir entre ellos sobre el mejor método de autorrealización.
Uno propuso la meditación. Otro, el ayuno y la abstinencia. Otro, el sacrificio amoroso.
Cada uno hablaba del arduo proceso de su técnica; encomiando cada cual los méritos de su trabajo.
La Rana, que les estaba escuchando a los tres, les dijo:
Hay algo para lo cual ninguno de vosotros está preparado, pero es necesario que sepáis:
«El camino del NO HACER».
Pasó cinco días...
El Sapo pasó cinco días en la choza de un soldado sin poder dormir.
El joven no podía conciliar el sueño y asustaba al batracio con sus lamentos.
El Sapo salió de su ruidoso escondite y fue en busca de su amiga la Rana.
Cuando por fin la encontró, inmóvil y camuflada entre tiernos helechos, le dijo:
—Llevo varios días sin descansar, igual que el soldado, que grita y llora cada noche diciendo:
«¡Si no consigo dormir, esta noche me volveré loco! »
—¿Qué es la locura? —Le preguntó el Sapo a la Rana.
Y la Rana le respondió:
—El dolor es el germen nutricio, la madre fertilizadora. Si huyes de él serás un sapo sin mollera. Si no lo resuelves, vivirás en el espanto y la maldad. Si dejas de luchar y comprendes, conocerás lo impronunciable.
Al cabo de unos días, al soldado lo encontraron subido a un cerezo gritando:
—¡Soy un murciélago! ¡Los murciélagos nunca duermen!
Para el soldado era cierto que era un murciélago.
Para la Rana, tan sólo era un hombre huyendo de su dolor.
Un matrimonio de sapos...
Un matrimonio de sapos no se ponía de acuerdo sobre la gravedad de su infidelidad.
Y fueron a hablar con la Rana amante.
Muy compungido, dijo un miembro de la pareja a la Rana amante, que vivía a unos metros de allí:
¿Cuántas noches has hecho el amor con mi pareja?
—Tan sólo en noches de luna llena —dijo la Rana.
—¡Qué escándalo! —exclamó el sapo.
El otro sapo preguntó ahora a la Rana:
—¿Cuántas noches ha pasado mi pareja, embelesada, escuchándote?
—Todas las noches en las que se aburría a tu lado —dijo la Rana.
—¡Qué vergüenza! —exclamó el sapo.
Y la pareja no daba crédito a la gravedad de la infidelidad del otro.
Una ardilla roja...
Una ardilla roja bajó a la tierra y le dijo a otra:
—Soy inmensamente feliz. Tengo todo aquello que siempre había soñado:
«Semillas para el invierno. Un árbol vigoroso. Sombra para el sol de verano. Luz para las tardes de otoño».
—Ven, mi amigo —le dijo la Rana al Sapo—, dos cosas has de saber:
«El deseo te hará perseguir insectos zancudos, y el miedo a perderlos te provocará insomnio.
Si renuncias al goce de cazarlos dejarás de vivir.
Si no sabes renunciar a tiempo, estarás muerto sin tú saberlo».
Se coló en una iglesia...
El Sapo se coló en una iglesia y desde la sacristía escuchó el milagro de los peces y el vino.
Cuando se lo explicó a su amiga la Rana,
ésta le dijo:
—La religión es la mentira más consentida. Esto es así porque el que la crea es el mismo que la necesita. Desconfía de los que entran en esa casa. Prometen no matar, pero si te ven, contigo harán una excepción.
Un monje...
Un monje budista instruido en la enseñanza de la Ilusión,
se dirigía a su público junto a la orilla de la charca.
«Guardaros del amor» Les decía a unos.
«Guardaros del mañana» Les decía a otros.
«Guardaros de la salud» Les decía a los más audaces.
En eso que le sobrevino unas ganas atroces de descargar su vientre. Y pensó:
«Nada más acabe mi discurso, haré un agujero muy grande y volcaré en el mis defecaciones»
Pero la réplica del discurso se hizo eterna;
y su mente divagaba en agujeros más y más profundos,
y en descargas más y más interminables.
Cuando por fin se callaron sus interlocutores y pudo explayar su organismo,
la desilusión le invadió por dentro al comprobar,
que no liberó cuanto soñaba.
Dibujando círculos...
La Rana se encontraba dibujando círculos en la arena cuando su amigo el Sapo lanzó una pregunta:
—¿Cómo puedo conocer la verdad?
La verdad volaba sobre sus cabezas con forma de ave. Y el Sapo dijo:
—¡Mira, un feliz gorrión!
Y la verdad se transformó en comida para halcones. Entonces dijo:
¡Mira, un halcón asesino!
Y ¡zas! El halcón se transformó en presa de cazadores.
Y el Sapo dijo:
—¡Mira, un hombre con éxito!
La Rana, que había permanecido callada hasta entonces, prorrumpió:
—¡La verdad es lo que está fuera del aro de tus ojos!
Desde donde estaba dibujó una esfera repleta de lunas.
Una vez hecha, los dos amigos se quedaron observando cómo el agua la cubría
y la hacía desaparecer para siempre bajo el cieno de la charca.
El despertar de la libélula
Un día en que el Sapo se encontraba jugando con una libélula, en su excitación le dio un manotazo que la dejó inconsciente.
Esperó, y al ver que no recuperaba el sentido, se acercó cauteloso y le sopló dentro.
Cuando la libélula volvió en sí, no parecía la misma, dudaba de su vuelo.
Irreconocible, sacudiendo sus alas torpemente,
tomó altura y se perdió de vista.
El Sapo reflexionó sobre lo ocurrido y preguntó a su amiga la Rana:
—¿Qué somos?¿Qué es ser?
La Rana le contó este cuento:
Vuela la libélula
sobre el estanque.
Bebe agua.
Agita sus alas frenéticamente.
Siente el sol en su tórax brochado.
De improviso pierde fuerzas
y cae al fondo del agua.
La libélula se despierta
y descubre que fue un sueño.
El estanque donde bebía
era su vida pasada.
El agua de su sueño
era el pozo de su mirada.
El frenesí de sus alas:
el tiempo roto
que cabalga
como yegua desbocada.
Vuela la libélula
sobre el estanque.
Bebe agua.
Detiene sus alas
y escucha el murmullo del agua.
Se despierta sobrecogida
y descubre de nuevo que todo fue un sueño.
Abre sus ojos y siente que están presos
en el cilindro de su desgracia.
Vuela la libélula
sobre el estanque.
Bebe agua,
y al mirarse,
no ve su rostro reflejado en el agua.
Se despierta definitivamente
y descubre que todo fue un sueño,
El sueño primero
y los siguientes despertares.
Vuela la libélula.
Bebe agua
y queda extendida en el agua.
Alguien llega a su estanque.
Ella abre los ojos
y al mirar, se ve a sí misma
desnuda como el agua.
De paso por la charca...
Un soldado y su caballo de armas,
de vuelta de la guerra se quedaron dormidos sobre la madriguera de un zorro.
Cada vez que el zorro intentaba salir, sentía el peso del caballo y su montura.
Mientras tanto, el soldado soñaba con una paz duradera, con un reino próspero,
con unas fronteras inquebrantables, con una salud preñada de futuro.
El zorro, preocupado por su cautiverio, fatigado y confundido mordió al caballo,
que brincando del susto y dolorido se dio a la fuga.
Al pronto, el zorro aprovechó para salir corriendo hacia unos matorrales.
El soldado despertó de su sueño, y enfurecido, gritó a cuanto se movía:
—¡Antes que nada, hemos de acabar con los violentos!
He escuchado...
—He escuchado a los hombres hablar del poder de la mente —dijo la Rana—.
El ser humano es un gran inventor, inventó la caña de pescar y el gusano de cera.
Él inventó también la voluntad.
—¿Qué es la voluntad? —Le preguntó el Sapo contrariado.
Y la Rana contestó:
La voluntad es la creencia de que tú puedes dejar de ser tú si así lo crees.
Es como dejar de oler a rosas cuando eres rosa.
—Y claro —apostilló el Sapo—, si hueles a sapo, hueles a sapo.
Estaba amaneciendo...
Estaba amaneciendo, y la Rana y el Sapo
salieron a pasear por el bosque.
A los dos les gustaba sentir su cuerpo impregnado de hojitas y fresca escarcha.
Era un baño de rocío en la dehesa atemperada.
Se les veía muy unidos en esos momentos,
solos, bajo la calima del misterio.
Fatigados de saltar y jugar se detuvieron sobre un tronco.
Permanecieron en silencio un largo rato hasta que finalmente, con mucha dulzura, murmuró al oído de la Rana:
—¿Qué es esto que siento? ¿Es felicidad, acaso?
¿Por qué todas las membranas de mi cuerpo húmedo tiritan de pasión en esta noche?
Y la Rana le susurró aún con más sigilo y ternura:
—Que las palabras no hagan saltar tu corazón de donde está.
No pongas verbos a la luz. No pongas nombre a las sombras.
No abras tu boca querido amigo. ¡Éste es el último instante!
La noche se eternizó en sus ojos.
El sonido se hizo ocultó.
Las voces se cerraron en ellas mismas,
y la muerte se apoderó del lugar.
No la muerte trágica.
Ni la muerte sombría.
Era simplemente la muerte, devorándolo todo.
El viejo sapo...
El viejo Sapo escribió un libro:
«El silencio creador».
Un día fue a visitarlo un joven editor y el viejo Sapo le confió su obra.
—Debo advertirte, amigo Sapo —le dijo el editor—, que habrás de asistir a eventos de aburrida presentación, a coloquios de animada polémica. Tendrás que firmar autógrafos, contestar llamadas inoportunas, soportar correcciones innecesarias, delegar responsabilidades caseras, renunciar a tus paseos nocturnos. Seguramente tendrás que dejar de cultivar tus hermosos rosales.
—Bien, bien —aceptó el Sapo.
Cuando ya se despedía el joven editor, le dijo:
—Mira, aquí te dejo mi libro:
«Las luctuosas ventajas del ruido».
El agua de la fuente
El sapo se había pasado largas noches intentando no pensar.
Cansado, fue a hablar con su amiga la rana.
—¿Qué es el vaciado de la mente? —Le preguntó el Sapo a la Rana.
Y la Rana le dijo:
—¿Cómo podemos acabar con el agua de la fuente?
—Según entiendo —prosiguió la Rana— podemos, o bien cerrar el grifo o dejar que salga toda el agua.
—¡Resulta evidente! —terció el Sapo—. Esperar a que salga toda el agua es imposible. Será mejor cerrar el grifo.
Así pues, la Rana y el Sapo decidieron tapar la boca de la fuente que suministraba agua a la balsa. Y lo que ocurrió fue, que en otro sitio, para sorpresa del Sapo, se formó una balsa.
Un amor solitario...
Un amor solitario escribió un poema en el tronco de un árbol que decía:
«Te necesito. Eres mi vida. Seré tuyo para siempre».
Un amor de convivencia esculpió una lápida ante la puerta de su amada que decía:
«¡Por fin libre!».
—Si no crees en el amor ¿por qué eres tan paciente conmigo? —le dijo el Sapo a la Rana.
—Hay algo que está más allá del amor, amigo Sapo. No escribe poemas ni lápidas y es el gran desconocido.
—¿Por favor, dime el nombre de tu secreto?
—No es ningún secreto —contesto la Rana—. Y el ponerle nombre tan sólo lo hará más oculto.